
En el corazón de cada comunidad palpita un mercado: un cruce de voces, sabores, colores y símbolos. Pero entre los jitomates, las huipiles bordadas a mano, los discos de cumbia y las lonas impresas con santos o candidatos, hay algo más profundo: una forma de economía basada en la creatividad. Se le llama economía ctrativa o economía naranja, y aunque no siempre la nombramos, está presente en casi todo lo que nos rodea.
La economía creativa abarca todas aquellas actividades productivas cuyo insumo principal es la imaginación, el conocimiento y las expresiones culturtales, Desde un mural pintado en la barda de una escuela, hasta una cooperativa que organiza festivales, una app de recorridos culturales, una panadería con recetas tradicionales o una galería de arte en la colonia. No se trata de arte "por amor al arte", sino de una economía que genera empleo, identidad, y sobre todo, nos da un sentimiento de pertenencia.
En muchos pueblos y ciudades de México, estas actividades han estado siempre ahí, solo que hoy comienzan a reconocerse como motores reales de desarrollo económico. Porque sí: la cultura también paga renta, compra tortillas y mueve dibero. El problema es que, durante décadas, estas prácticas se vieron como "hobby", como folclor decorativo o como actividades no productivas.
Pero cuando una persona borda un rebozo y lo vende en un tianguis; cuando un colectivo pinta un mural que atrae visitantes; cuando un taller de grabado ofrece clases o una comunidad organiza un carnaval, están produciendo valor económico y social. Están generando riqueza desde lo simbólico.
Además, esta economía no solo genera ingresos, también construye vínculos, rescata saberes, visibiliza problemáticas, y transforma espacios públicos. Un mural puede reconfigurar la imagen de un barrio. Una canción puede convertirse en memoria colectiva. Un cartel puede movilizar a una comunidad.
Por eso, reconocer la economía creativa es darle lugar al arte. la cultura, y la tradición como herramientas de futuro. No se trata de romantizar la precariedad del artista o del gestor cultural, sino de exigir condiciones más dignas: acceso a financiamiento, políticas públicas que respalden el sector, redes de colaboración y formación profesional.
La próxima vez que camines por tu colonia y veas un mural, un mercado de arte o una fiesta popular, piensa en todo lo que hay detrás: saberes, trabajo, inversión, historia y emoción. Eso también es economía. Y es una que vale la pena defender.
